viernes, 13 de diciembre de 2013

El paso de las torcaces

Cuando era un niño todos los ancianos miraban al cielo y buscaban en el horizonte las señales de la madre,  el resto ya estaba inmerso en la vorágine de la nueva sociedad que se creaba y a la que no invitaron a las tradiciones ni el saber antiguo.
En este caso el oteo del horizonte es buscando los grandes bandos de palomas torcaces que venían del norte. Me impresionaba mucho todos los años, era un fenómeno de una fuerza que envelesaba incluso a los viejos que lo miraban durante horas y que solo en el ultimo momento del día interpretaban. Eran horas y días de contemplación de la grandeza de la madre.


 Con las palomas llegaba una gran reserva de comida asequible a todos; lo necesario para un invierno de escasez. Los bandos median kilometros y pasaban durante horas. Millones de animales en viaje oscureciendo el cielo. A los de la mañana se le prestaba la atención que se le presta al turista pues pararan lejos a dormir, cierta atención por si se le descuelga algún tropón y decide instalarse. A los de la tarde se los mira con los ojos del estómago, estos pararan cerca para alimentarse y dormir, por eso la observación no se hace desde la plaza del pueblo sino que hay que situarse en algún punto alto y estar atento.
Todo tenia un sistema de actuación, se cazaban cuando descendían a tierra y mientras se alimentaban, pero una vez se iban a las quedadas a dormir ya no se molestaban hasta que empezaban a volar por la mañanas para proseguir su viaje. Con las que se asentaban en la zona se actuaba igual.
Ya no hay movimiento migratorio  de ese volumen,en su zona natal han cambiado factores que determinan su existencia, accidentes nucleares, cambios en los cultivos, contaminación etc. En las zonas de migración las masacraron durante unos años sin control y se repitieron situaciones como en su origen. Lo tantas veces repetido en estas ultimas décadas.
Me he extendido mucho para lo que quería contar, que no es mas que un recuerdo de niñez en un pequeño pueblo, a la sombra de unas acacias (pitorras) centenarias. Sentados en un murete de ladrillo, unos viejos mirando el cielo y de reojo la carretera (casi carril) para no perderse los escasos coches que pasan. Palomas, gruyas, enjambres, agua, viento, sol, todo lo importante venía del cielo. Hombres formando parte de la vida, vida cuidando de ellos.
Asistieron a la tala de los árboles, a la sustitución de su muro por unos fríos bancos de hierro dulce, a la siembra de unos escuálidos arboles exóticos. Cambiaron de lugar para sentarse, aceptación de lo que traiga la vida, regocijo con el momento de las nuevas generaciones y sus cambios. Me interesaban todas sus batallas:
- Niño estos árboles que han sembrado no los veremos crecer ni dar sombra. Estas pitorras (9 o 10) que había aquí ya eran un lujo para este pueblo, las sembraron en otra época y cuando vino el hambre no sirvieron para nada, no daban comida ni calor porque no eran de aquí, seguro en su terreno tenían uso. ¡Cuanta hambre quitaron las higueras!
Y las encinas y las encinas. Respondía alguien.

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